Kimberly Cheatle compareció este lunes en el Capitolio en una audiencia en la que miembros de ambos partidos exigieron su renuncia.
Kimberly Cheatle, jefa del Servicio Secreto estadounidense, dimitió finalmente este martes, 10 días después del atentado contra Donald Trump, que ella misma definió como “el mayor fallo operativo de la agencia en décadas”. La renuncia llegó 24 horas después de su comparecencia en el Capitolio, durante la que tuvo que escuchar repetidos llamamientos de legisladores de ambos partidos para que dimitiera.
“La misión solemne del Servicio Secreto es proteger a los líderes de nuestra nación. Y el 13 de julio fallamos”, explicó Cheatle ante la comisión del Congreso que la interrogó el lunes. También asumió “toda la responsabilidad” en lo que pasó ese día, pero se negó a renunciar, porque, aseguró, se siente “orgullosa más allá de las palabras” de cómo reaccionaron los suyos después de los disparos. Cheatle, que lleva tres décadas en el cuerpo y trabajó protegiendo a Joe Biden cuando era vicepresidente, y, antes, a Dick Cheney, ostentaba un cargo político y tenía autoridad sobre 8.000 agentes.
La noticia se la dio ella misma a sus empleados en un correo electrónico enviado este martes y obtenido por los medios estadounidenses. En él, abunda en la idea de que durante el mitin de Butler (Pensilvania) ―en el que el expresidente se salvó por los pelos de un intento de asesinato― el Servicio Secreto “no cumplió con su misión”. Por eso, continúa el mensaje, asume las consecuencias: “A la luz de los recientes acontecimientos”, escribe, “he tomado con gran dolor de mi corazón la difícil decisión de dejar de ser vuestra directora”. Aquel día, uno de los asistentes al acto electoral, un bombero voluntario llamado Cory Comperatore, murió por un disparo del atacante, Thomas Crooks, un joven de 20 años cuyas motivaciones siguen sin estar del todo claras, mientras que otros dos resultaron heridos: David Dutch y James Copenhaver. La vida de ambos está fuera de peligro.